Domingo, 22 de Septiembre, 2013

Son la excepción que confirma la regla. Pero están ahí y cada vez hay más. La vergüenza y la falta de ayuda institucional hacen que la mayoría no se atreva a denunciar. Se trata de una violencia menos visible y más silenciosa

Rafael estuvo casado once años. Cuando llevaba tres años de matrimonio tuvo una hija que murió a los seis meses, según creen por un error médico. A partir de ahí su historia es un infierno. Su mujer le acusa de ser el culpable de la muerte de la niña ya que él era camionero, estaba poco tiempo en casa y no había podido ocuparse de su hija. La relación duró así ocho años en los que él sufrió todo tipo de vejaciones psicológicas, arañazos e incluso golpes en varias ocasiones. Hasta que Rafael consiguió dar un paso adelante y cortar la relación.
Ahí no acabó la cosa. Ella no toleró que se revolviese y fuera capaz de dejarla. Entonces le denunció dos veces por maltrato, y estuvo en dos ocasiones en el calabozo. Las dos denuncias fueron archivadas. Entonces él le puso una querella por lesiones psicológicas y fue encarpetada directamente. Actualmente Rafael lleva dos años de baja, está en tratamiento psiquiátrico, vive en casa de sus padres y subsiste gracias a Cáritas.
La historia la cuenta, con el permiso del afectado, su abogado, Víctor Martínez Patón, de la firma “Patón & Asociados”, especializados en la defensa de hombres maltratados. Martínez asegura que la Ley contra la Violencia de Género es “discriminatoria porque reduce el término violencia a la que ejercen los hombres y padecen las mujeres, negando así cualquier opción a que la situación sea la opuesta”.